Por qué la impulsividad te aleja de ti
- María Paulina Mejía
- 28 jun 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 20 jul 2024
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EL PEDIDO
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EL RELATO
Si estaba triste, comía hasta saciar su dolor; cuando se asustaba salía rapidito a las tiendas para comprar cosas que al llegar a casa no encontraban lugar dónde acomodarse. Al molestarse por algo o con alguien, desfiguraba su rostro y de su boca saltaban palabras ofensivas y ponzoñosas. Y no fuese sino que alguna persona publicara en una red social una opinión con la que estaba en desacuerdo, para que se fuera lanza en ristre con un comentario, y creara junto a sus aliados un espacio del tan común aborrecimiento.
Decía que sí a cuanta invitación le hiciesen, aún no queriendo asistir. Incluso… incluso aceptaba propuestas amorosas de personas que en nada le atraían y con quienes, de detenerse un momentico, jamás decidiría formar pareja. Golpeaba a sus hijos, o les lanzaba alaridos energúmenos de ellos no obedecerle al instante, y se iba de fiesta en sus días de descanso dejando a sus hijos al cuidado de alguien más, aunque durante la semana a duras penas lo había visto, porque… ¿Por qué no?
Le encantaba reunirse los jueves en un pequeño café con sus mejores amigas. Sin compasión alguna, exponían intimidades de las vidas de sus conocidos. Sin siquiera saber si aquello que decían era verdad y sin pensar cómo esas personas podrían estarse sintiendo con lo que les estaba sucediendo, criticaban a diestra y siniestra y se morían de la risa, como si los problemas ajenos no fueran más que un circo.
A sus subalternos les hacía solicitudes imposibles de cumplir, argumentando que trabajar rápido era lo mismo que ser eficiente, y a los correos que por uno u otro motivo no le gustaban reaccionaba en lugar de responder, varias veces teniendo que luego retractarse.
Cuando iba al parque una que otra tarde después del trabajo, parecía ser otra persona. Sonreía y se sentaba debajo de su árbol favorito para observar a las personas pasar. Eso sí, que a los perros del parque no se les ocurriera acercársele, porque sacudía el libro contra el césped y los sacaba corriendo.
Las ofertas por internet eran un verdadero peligro para ella porque hacía clic aquí y allá, para después ni siquiera recordar a qué referían todos esos mensajes que colmaban su buzón de correo.
Y cuando estaba dichosa, en medio de una euforia que la hacía creerse dueña del mundo, compraba vestidos de baño nuevos para ella y sus pequeños, boletos aéreos para toda la familia, hacía reservaciones en un lindo hotel y se llevaba a todo el mundo a la playa. Cuando volvía a casa, se daba cuenta de que todo seguía igual. Así, un círculo vicioso de vida que parecía no tener fin, comenzaba de nuevo.
Hasta que, un día… en un sueño tan vívido como nunca antes había tenido uno, se vio a sí misma. Al despertar, con lágrimas en los ojos y el corazón a toda velocidad, corrió a abrazar a sus hijos, se tomó el día libre para llevarlos al colegio sin afán, en el auto charlaron, cantaron desafinados y rieron a carcajadas… Y, desde aquella mañana, pensó antes de actuar.
LA REFLEXIÓN
¿Te has pillado andando por la vida con impulsividad?
Pero, ¿por qué la impulsividad te aleja de ti? Al final del relato vemos cómo esta mujer tenía en ella algo de lo que parecía carecer. Solo tuvo que verse, para hacer un cambio y empezar a vivir desde la persona que sí era. El relato solo nos cuenta que sí amaba a sus hijos y que podía ser una madre cercana y divertida. Como esto, seguramente en muchos otros sentidos también era mejor de lo que venía demostrando ser.
Pero vamos al grano: actuar impulsivamente te aleja de quien realmente eres porque es una forma de vivir reactiva, automática frente a los distintos estímulos internos y externos que se presentan todo el tiempo. Un ejemplo de un estímulo interno sería la tristeza y un estímulo externo podría ser el exceso de tráfico cuando vas de afán hacia el trabajo. Porque seguramente, de detenerte antes de actuar, muchas de tus decisiones y de tus actitudes serían diferentes: vendrían de quien realmente eres, del discernimiento, y no de tu condicionamiento a actuar sin pensar.
Si actuar impulsivamente te aleja de quien eres en realidad, entonces ¿cómo evitarlo?
LA INVITACIÓN
Hay varias cosas que puedes hacer para dejar de andar por la vida con impulsividad y así darte la oportunidad de vivir más consciente de tus decisiones, de tus acciones y de tus palabras.
La primera cosa que puedes hacer es sacar un tiempo a solas contigo… todos los días. Separa de 15-30 minutos diarios en tu calendario para sentarte en silencio, y dedica ese tiempo solo a respirar y a soltar las tensiones de tu cuerpo. El silencio contigo, si te entrenas seriamente en esto, se irá convirtiendo en lo que fue el sueño para la mujer del relato: en un espejo. Y, orgánicamente, te irá mostrando aspectos de ti que necesitan ser atendidos.
La segunda cosa que puedes hacer es ejercitar la anticipación. Hace un tiempo publiqué un video en mi canal de Youtube en el que hablo des esto. Puedes verlo aquí. En resumen, de lo que se trata es de pillar tu reacción antes de tenerla para poder frenarla, de ser una reacción negativa o innecesaria… Mejor, ve al video.
Una tercera opción sería usar la escritura terapéutica como tu bitácora personal de la impulsividad. Si quieres, cuando termines de leer esta entrada, visita mi canal y ve ambos videos: el anterior, y este, en el que te cuento cómo uso yo esta herramienta. Después de entender en qué consiste, aplica lo que digo allí a todo lo que quieras y, en este caso, a tu universo impulsivo.
La cuarta y última alternativa, aunque siempre hay más cosas que puedes hacer, es pedir ayuda… si es que sientes que la vida te pasa haciendo un montón de cosas que no te llenan, o que te has alejado tanto de tu camino y quien sientes en tu corazón que eres... Que ya no sabes cómo volver a él ni a ti. Si este es tu caso, no te preocupes, porque tengo algo maravilloso para ti.
Descúbrelo aquí.
LA DESPEDIDA
Bueno, esto era todo lo que quería compartir contigo hoy. Gracias por haberme acompañado. Hasta una próxima oportunidad. Te mando un beso... chao, chao.
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